Constantemente se nos advierte de los peligros potenciales del estrés. Somos conscientes de que existe el estrés y de que se trata de algo serio, pero no lo conocemos bastante. El conocimiento que tenomos del estrés es insuficiente porque normalmente está centrado en los hombres y en sus actividades. Pero no olvidemos que las mujeres viven en el mismo mundo que los hombres. También ellas han de soportar los atascos, las tensiones laborales y los desengaños amorosos. También a ellas les preocupan los hijos, el porvenir y les desconcierta el presente. Debido al estrés, las mujeres están deprimidas, insomnes, retraídas, irritables, atemorizadas, ansiosas, abatidas y trastornadas.
Es posible que los hombres y las mujeres fueran creados iguales, pero desde luego no somos idénticos, sobretodo en lo referente al estrés. Las mujeres sobreviven mejor que los hombres al estrés del nacimiento.
No sólo es más baja la mortalidad infantil femenina que la masculina, sino que además las mujeres suelen vivir más años. Además, las mujeres envejecen con más gracia. Suelen conservar durante más tiempo el uso de las piernas y de las manos, tienen menos canas, menos pérdida de visión y audición, menos pérdida de memoria y mantienen una mayor afluencia de sangre al cerebro. El profesor Karl Pribram, de la Universidad de California en Santa Cruz, está estudiando las diferencias entre el cerebro femenino y el masculino. Ha encontrado datos favorables a la mujer: las mujeres muestran un mayor predominio del hemisferio izquierdo del cerebro. El hemisferio izquierdo es el que dirige el lenguaje, la lógica y las definiciones y por eso las niñas empiezan a hablar antes. También son capaces de afrontar el estrés de un modo más lógico y verbal que los chicos. Dado que las mujeres tienen una mayor proporción de grasa con respecto al músculo que los hombres, tienen una mejor protección contra el frío, flotan mejor en el agua y liberan más lentamente la energía. Esto ayuda a las mujeres a resistir los períodos largos de estrés, ya que el estrés tiende a contraer los vasos sanguíneos superficiales que dan calor a las manos y a los pies; el estrés tiende a aumentar la sudación, cosa que enfría el cuerpo; y el estrés tiende a reducir el apetito, lo cual hace necesario tener una fuente alternativa de energía.
Fuente: El Tribuno
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